viernes, 28 de septiembre de 2012

INAMOVIBLE por J.J. Caballero Pemartín


Me he decidido a escribir en este prestigioso foro, después de recibir una cariñosa e inmerecida visita de su protagonista. No con ánimo de dármelas de entendido, sino para compartir con vosotros sino todo, parte del provecho que he sacado de la misma.
De todo lo que he sacado en claro de la lección de José Manuel, que no han sido muchas cosas pero sí fundamentales, me quiero quedar con dos conceptos:

Uno es el EQUILIBRIO, del cual no voy a hablar por ser cuestión tan manida.

El otro es una palabra que me suena y resuena en la cabeza como si él me la dijera cada vez que estoy montando, principalmente cuando voy hacia el salto o pido una trancisión: “¡Tú, INAMOVIBLE!”
He reflexionado mucho sobre la palabreja, pues nunca antes la habían utilizado conmigo (y mira que yo me muevo en el caballo). Siempre me habían aconsejado: “¡No te muevas!”. Que, como dicen en mi tierra, “es igual, pero no es lo mismo”. Para mí era un poco un sinsentido pues, es evidente que, por el mero hecho de ir a caballo, uno va en movimiento.

Pero, de la otra manera, he captado perfectamente el mensaje y, para explicároslo, lo primero que he hecho es irme al diccionario, en el que he encontrado la definición:
adj. Fijo, que no es movible.”
Lo primero que hay que resaltar es la condición de adjetivo: es decir, es una característica, una actitud que debemos tener.

Evidentemente, la definición es la que todos sabíamos, no movible (que no inmóvil).
Por otra parte, es un término también muy utilizado en ámbitos militares en alguna contienda, o en cualquier discusión o disputa, cuando se quiere hacer referencia a no dejarnos comer el terreno. No sólo físicamente, sino en nuestros principios o convicciones: “mantenernos inamovibles”
Esto no quiere decir actuar, o agredir de ninguna forma, sino más bien al contario: ejercer una resistencia pasiva.

En el proceso de la equitación, llega un momento en el que, el mantenernos firmes, hace que el caballo se acostumbre a acoplarse a lo que se encuentra. Es decir, le transmitimos a él el impulso del movimiento.
En este sentido, buscando la palabra opuesta, “MOVIBLE”:
1. adj. Que por sí puede moverse, o es capaz de recibir movimiento por ajeno impulso.
2. adj. Variable, voluble.

La primera acepción nos indica que, el mantenernos inamovibles nos obliga a no movernos (o lo menos posible) al recibir el impulso del caballo. Por el contrario, es el caballo el que se debe tornar movible al recibir el nuestro (la orden o ayuda).

Mientras que la segunda…
“variable” (adj. Que varía o puede variar), aplicaándolo a la hípica, me sugiere que el hombre se hace variable cuando se mueve.
Y también se hace
“voluble” (adj. Que fácilmente se puede volver alrededor), es decir, nuestra voluntad y determinación se ven mermadas frente a la del caballo.

Pero, si permanecemos inamovibles, conseguiremos lo contario de nuestro aniumal, es decir, lo haremos a la vez variable y voluble.

¿No os recuerda esto a la expresión que utilizaban nuestros mayores cuando, para referirse a una pirueta vaquera, hablaban de “volverse sobre las piernas” o “revolverse”? En este movimiento de máxima reunión, debemos permanecer muy quietos (inamovibles) y es el caballo el que si debe moverse al recibir nuestro impulso.

Pero, ahondando aún más en la cuestión y preguntándole al oráculo (wikipedia), nos encontramos con la famosa:
Paradoja de la fuerza irresistible: sabiendo que un cuerpo inamovible es un cuerpo al que ninguna fuerza, por fuerte que sea, es capaz de mover, y teniendo en cuenta que una fuerza irresistible es una fuerza a la que ningún cuerpo puede resistirse: ¿qué sucede cuando un cuerpo inamovible se encuentra con una fuerza irresistible? Esta paradoja fue propuesta por Isaac Asimov en su libro “100 preguntas básicas sobre la ciencia”. La respuesta que el propio Asimov daba era que estos dos fenómenos no pueden darse a la vez en un mismo universo, a pesar de que él mismo cuestionaba la validez de su hipótesis, ya que este hecho no era demostrable, puesto que no se conoce ninguna fuerza irresistible o cuerpo inamovible, y por tanto no han podido observarse los efectos de estos  hipotéticos fenómenos.

Nosotros, los hípicos (y los caballos), sí tenemos la respuesta y la encontramos cuando, en tan contadas ocasiones, nuestras fuerzas se unen y formamos ese todo entre el caballo y el jinete que nos hace sentir centauros o seres pertenecientes a otro planeta.

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